domingo, 22 de abril de 2012

Falta

Cuando ir al colegio suponía jugar.
Cuando la merienda era el mejor momento del día.
Cuando ducharse era una obligación.
Cuando mis padres eran mis propios superhéroes.
Cuando ganar al escondite era la gloria.
 Cuando hacía amigos diciendo: "Hola, ¿quieres ser mi amigo?"
Cuando lo que hacía en el ordenador era dibujar en el paint.
 Cuando pasaba horas jugando a las muñecas.
Cuando tomar el cola-cao a cucharadas significaba manchar toda la cocina.
Cuando me vestía mi madre.
Cuando me acurrucaba mi padre.

Cuando todo era impresionante.
 Cuando nada me preocupaba.
 Cuando todo era impredecible.
 Cuando solo tenia que vivir.

Ahora todo eso está en el pasado. Y el pasado pasado está. Pero no puedo evitar añorar esos momentos en los que no había nada más.

Ahora no hay monstruos bajo mi cama, sino en las personas que me rodean.
Ahora ya no obligan a comer a los niños, sino a las adolescentes.
Ahora no se burlan de las gafas, sino que las llevan sin graduar.
 Ahora que tengo que decidir mi futuro, me gustaría que fuera mi pasado.

La magia sigue existiendo, solo que ahora la eclipsa la realidad. Todos están demasiado ocupados para verla. Y es una pena. Porque creo que lo que le hace falta al mundo es magia. La magia de la inocencia. La magia de actuar de forma desinteresada. La magia de vivir de verdad.

Y todo esto se está perdiendo. Los niños cada vez crecen antes. Pasan más tiempo en la calle que en casa. Ven más le televisión que a sus padres. Tienen más tuentis a los ocho años que yo en toda mi vida. Se maquillan desde los diez años. Tienen el móvil más nuevo y con tarifa plana de internet a los once. Y se emborrachan desde los doce.

Lo que más pena me da de estos niños es que de adultos no tendrán infancia que añorar.

jueves, 19 de abril de 2012

Fuego

El mundo se derrumbaba. Y todos los escombros cayeron en mi espalda, por un momento. Todo a mi alrededor estuvo envuelto en llamas mucho tiempo. No sé cuanto. Puede que solo fueran unos minutos, o puede que fueran años. Nunca lo sabré.
Pasaron cosas buenas mientras el fuego me rodeaba. Pero, a pesar de todo, del fondo de mis ojos nunca desapareció esa profunda tristeza. Esa tristeza, en un principio manchada por odio y sed de venganza, con el paso del tiempo se volvió luminosa y pura. Solo se componía de impotencia y la peor soledad. Esa soledad que sientes tanto estando rodeada de gente como en una isla desierta.
A veces parecía que me había recuperado, que volvía a ser aquella que se supone que fui. Pero, aunque no quise verlo, esa persona ya no existía. Muchos me tendieron su mano, con esperanzas de que regresara. Pero  sus intentos fueron en vano.
Solo un ángel fue el único que me ayudó de verdad. Me hizo entender que esa era yo ahora. Que tenía que afrontar el fuego, e intentar apagarlo, en vez de esperar a que consuma completamente. Y, mientras me hablaba, me acompañó a través de las lenguas de fuego que rodeaban mi vida.
Cuando llegué al otro lado ya había descubierto quién era. Había asumido mis debilidades y había afrontado mis miedos. Fue entonces cuando, por primera vez, me encontré.