jueves, 19 de abril de 2012

Fuego

El mundo se derrumbaba. Y todos los escombros cayeron en mi espalda, por un momento. Todo a mi alrededor estuvo envuelto en llamas mucho tiempo. No sé cuanto. Puede que solo fueran unos minutos, o puede que fueran años. Nunca lo sabré.
Pasaron cosas buenas mientras el fuego me rodeaba. Pero, a pesar de todo, del fondo de mis ojos nunca desapareció esa profunda tristeza. Esa tristeza, en un principio manchada por odio y sed de venganza, con el paso del tiempo se volvió luminosa y pura. Solo se componía de impotencia y la peor soledad. Esa soledad que sientes tanto estando rodeada de gente como en una isla desierta.
A veces parecía que me había recuperado, que volvía a ser aquella que se supone que fui. Pero, aunque no quise verlo, esa persona ya no existía. Muchos me tendieron su mano, con esperanzas de que regresara. Pero  sus intentos fueron en vano.
Solo un ángel fue el único que me ayudó de verdad. Me hizo entender que esa era yo ahora. Que tenía que afrontar el fuego, e intentar apagarlo, en vez de esperar a que consuma completamente. Y, mientras me hablaba, me acompañó a través de las lenguas de fuego que rodeaban mi vida.
Cuando llegué al otro lado ya había descubierto quién era. Había asumido mis debilidades y había afrontado mis miedos. Fue entonces cuando, por primera vez, me encontré.

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